“Me voy, pero no te pongas triste mi amor, porque viajo anestesiada. En esta cápsula de luna las trompadas no me duelen nada. Lo que arde es más grande por dentro y fajarme así, como estoy ahora, es como cascotear un volcán: voy a cubrir de mi lava el mundo que nos aborrece, de mis cenizas brotará una galaxia nueva. Germinará la infancia perdida sobre los escenarios abandonados de mi carne. Que la memoria de mí sea el patio donde se junten a jugar los amores de mi vida”. Juan Solá, Galaxia
Lo lindo de llorar con un libro es que uno llora acompañado. No se trata de desahogarse, sería como hallar consuelo, sino de encontrarse con otro cuerpo, abrazar, refugiarse; también es volver al primer llanto del que recordamos la emoción completa porque ahí fue cuando tuvimos conciencia de llorar y de existir con el llanto. A veces deseamos que la escritura represente alguna forma de justicia pero quién puede conseguirla con ficción; debe ser por eso que Juan Solá llega al llanto pero huyendo de los finales felices; sus historias son lugares a los que ir cuando se tiene miedo, son la parte honda del río.
Juan Solá no pinta el dolor al punto de que no duela, sabe que La oscuridad no puede desaparecer, insiste con que es un instante de luz dormida y con escribir ese instante. No creo que esto sea una esperanza sino una forma de resistir y atravesar como cuando se entiende que el corazón no es una casa, sino un camino. Un camino para quien quiera andarlo”. Del epílogo de Franco Rivero
Arquímedes 415, entre calles Negreti y Edison.
Av. 25 de Mayo 521
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19 Sep 2024